Adultos superdotados

 

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Fragilidad. Hermosa palabra. Algo en desuso, eso sí, y no muy bien vista para describir a un adulto.

 

La fragilidad es bien apreciada en un bebé recién nacido, en un niño que rompe a llorar al caer por primera vez de su pequeña bici e incluso en una anciana que mesa suave y delicadamente sus cabellos canos. En un adulto, sin embargo, es signo de debilidad, de vulnerabilidad, y a no ser que su causa derive de una situación personal de extrema crudeza se debe disimular como la arruga a los cuarenta.

 

Por desgracia hacer esto no es nada fácil para un adulto superdotado, aunque pocos sean conscientes de ello.

 

 

¿Qué se entiende por fragilidad?

 

La fragilidad se define como la facilidad que tiene algo para romperse.

 

Nada más simple.

 

Los materiales como el cristal o la porcelana son frágiles porque no absorben la energía de la deformación antes de romperse, aunque el hecho de que sean frágiles no implica que no sean fuertes, y como ejemplo de ello tenemos el diamante, que es uno de los materiales más duros del planeta y sí, también es frágil.

 

En las personas la cosa no es muy diferente.

 

Si hablamos de salud la fragilidad alude a una gran debilidad física, a la posibilidad de que cualquier enfermedad ataque nuestro sistema inmunitario y nos mande para el otro barrio, por decirlo suavemente. Y si hablamos de emociones, de personalidad o de estado de ánimo, la fragilidad no es ni más ni menos que la vulnerabilidad acompañada de sufrimiento, un tipo de  «debilidad emocional» que no se considera precisamente una cualidad positiva.

 

 

Fragilidad vs Sensibilidad

 

La fragilidad no es sinónimo de sensibilidad, aunque en los superdotados ambas puedan estar presentes. Tener una Alta Sensibilidad es una cosa, y ser frágil, otra bien distinta.

 

La Alta Sensibilidad es la capacidad de sentirlo todo y de una forma muy intensa, tanto lo físico (el roce de una etiqueta, el tacto de un cabello suelto en la nuca, el olor de la madera, el ruido…) como lo emocional (el estado de ánimo de otra persona, el duelo, la tristeza, la alegría…).

 

La Fragilidad sin embargo es la facilidad para sentirse herido, y va ligada a la incapacidad de reaccionar como se quisiera ante determinadas situaciones o emociones, lo que con frecuencia se traduce en un enorme sentimiento de culpa.

 

Las personas muy frágiles no suelen tener un buen autoconcepto, sufren de baja autoestima, tienen poca tolerancia a la frustración y con frecuencia valoran mucho más las opiniones ajenas que las suyas propias, lo que por desgracia nos lleva a menudo a un adulto superdotado.

 

 

La fragilidad del adulto superdotado

 

Los superdotados son personas especialmente lúcidas, pero como apunta Jeanne Siaud-Facchin en su libro ¿Demasiado Inteligente para ser feliz?

 

Ser lúcido con respecto a los demás es ante todo ser lúcido con respecto a uno mismo. Los superdotados se autoanalizan sin concesión alguna y perciben cada uno de sus fallos, de sus límites, y hasta su más pequeño defecto. … A menudo dirigen hacia sí mismos una mirada implacable y les cuesta quererse.

 

Lo que implica que cuando alguien le haga una crítica -por muy constructiva que ésta sea- a un adulto superdotado, se le activarán todas las alarmas y entrará sin remedio en un bucle incesante de autoanálisis que lo llevarán hasta la más absoluta extenuación.

 

No obstante, al igual que el diamante el adulto superdotado es una persona realmente fuerte y tenaz, que cuenta con enormes recursos intelectuales y emocionales para hacer todo lo que se proponga. Y sus mejores armas son, precisamente, esa gran capacidad de autocrítica y de análisis, las que a pesar de hacerle frágil le ayudarán a tomar las medidas adecuadas para superarse a sí mismo y aprender.

 

Así pues, esta fragilidad no debe considerarse una debilidad sino un rasgo más de la personalidad del superdotado, una personalidad intensa, rica y sin duda alguna, con miles de matices.