Una de las decisiones que más dudas genera a los padres cuyos hijos han sido identificados con Altas Capacidades es si decirlo o no, no a sus propios hijos si éstos son muy pequeños, que también, sino a su entorno más cercano, a sus familiares y amigos. Los motivos pueden ser varios: desconocimiento, vergüenza, inseguridad, miedo… siendo este último uno de los más frecuentes. El miedo a que a sus hijos les cuelguen la etiqueta de «superdotado» como si llevaran un traje de Chanel con el precio pegado en la frente o pagaran un café con una Visa Platino. Y es que cuesta entender que Ser Superdotado no es una mera cuestión de etiquetas sino de identidad.
Las etiquetas
Las etiquetas son en cierto modo un invento de nuestro cerebro perezoso. Las utilizamos para describir algo o a alguien de forma muy concisa, usando una o dos palabras a lo sumo, con el afán intrínseco de resumir algo muy complejo en algo muy, pero que muy sencillo. Y su uso va en aumento.
Según la Teoría del Etiquetado o Labeling approach desarrollada por sociólogos americanos como Edwin Lemert y Howard Becker, las personas que actúan fuera de la normas impuestas por una sociedad son calificadas por ésta como «desviadas», de forma que se les asigna una etiqueta con evidentes connotaciones negativas que condiciona tanto la percepción que la propia sociedad tiene sobre ellas como la suya propia. Y todo ello independientemente de sus actos, ya que lo que importa en sí no es lo que hacen, sino la reacción que tiene la propia sociedad ante ello.
Veámoslo con un ejemplo,
Si un joven conduce a casa una noche con varias copas de más y deja su coche mal aparcado sobre la acera, puede que sea carne de cañón para la vieja del visillo, pero seguramente no se le calificará socialmente como un borracho. Sin embargo, si un hombre divorciado, en el paro y con deudas económicas conduce una noche puntual con varias copas de más y es observado por sus vecinos, tendrá suerte si al día siguiente lo único que se comenta sobre él son sus problemas con el alcohol. En ambas situaciones el acto es el mismo, conducir bebido, pero en un caso la sociedad lo penalizará y en el otro no.
El Estigma social
Etiquetas como desviado, borracho, adúltero, subnormal e incluso muchas veces hasta la de superdotado, identifican a individuos que por sus actos o peculiaridades dejan de ser normo típicos, y por tanto es frecuente que la propia sociedad cambie su trato hacia ellos. Si esto sucede puede aparecer lo que se conoce por estigma social, que es cuando la marginación se hace tan latente que hasta el propio individuo cambia la percepción que tiene sobre sí mismo.
Y aunque conviene subrayar que no todas las etiquetas son tan despectivas y descalificativas, algunas de ellas están tan integradas en nuestro lenguaje que no somos conscientes del efecto que tiene su uso sobre las personas a las que etiquetamos. Gordo, pijo, macarra, hablador, pesado, rarito, friki e incluso minusválido son palabras que consideramos inocuas sin ser conscientes del daño que pueden hacer.
Cuando un individuo es etiquetado y por ende marginado por una sociedad en base a sus características, deja de verse a sí mismo a través de sus ojos para hacerlo bajo el prisma de la propia sociedad, lo que afecta terriblemente a su identidad. Pasa de ser quien verdaderamente es a ser como todos piensan que es.
Identidad
La identidad es nuestro DNI personal, lo que nos diferencia de otros, lo que nos hace únicos. No tiene que ver con cómo nos ven los demás, sino con cómo somos en realidad. Y tampoco es una cuestión de personalidad ya que ésta última atañe al comportamiento que tenemos con el resto de seres humanos, sino más bien de autoconcepto.
El «yo soy» frente al «yo tengo» o «yo hago».
Un niño que tiene su habitación constantemente desordenada «no es desordenado», sencillamente «tiene su habitación desordenada». Incluso puede que pese a tener su cama deshecha y dejar por cualquier lado sus calcetines sucios, tenga un orden increíble para muchas otras cosas. Si en lugar de mirar sus actos con cierta perspectiva le etiquetamos de desordenado y crece creyendo que lo es, corremos el riesgo de que actúe en consecuencia y que ese desorden inicial acabe abarcándolo todo.
Y aunque la etiqueta de desordenado en este caso pueda ser prácticamente inofensiva, no todas las etiquetas lo son, por lo que su uso merece como poco una cierta reflexión.
Ser superdotado
Teniendo en cuenta que tener Altas Capacidades no es exactamente lo mismo que ser superdotado, cabe destacar que el uso cada vez más frecuente del primer término frente al segundo no deriva tanto de la sana intención de unir el talento a la superdotación en un colectivo ya de por sí minoritario, sino de facilitar su integración social, ya que a diferencia del término Altas Capacidades, cuando un padre dice que su hijo o él mismo es superdotado, sabe que al hacerlo compra también la dichosa etiqueta.
Una etiqueta que para muchos es signo de admiración y para otros justo lo contrario. En el primer caso el individuo seguramente se enfrentará a la obligación de cumplir con las elevadas expectativas que genera la superdotación intelectual y en el segundo, por aquello de que «el clavo que sobresale es el que recibe más martillazos», sufrirá las consecuencias de la falta de autoestima de otros.
Ser superdotado no implica ser un genio, ni hablar quince idiomas o aprenderlo todo por ciencia infusa. No es sinónimo de éxito, de buenas notas ni de integración social. No significa que puedas salvar el mundo, mover montañas con un dedo o encontrar la cura del cáncer. Y sobre todo, y quizás lo más importante, no hace que quien no lo es sea menos válido.
Ser superdotado es simplemente otra manera de estar en el mundo.
No es una cuestión de etiquetas, sino de Identidad