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De sueños y realidades…. mejor empiezo por el principio.

 

Hace tiempo escribí un post en el que mencionaba a Mensa, una Asociación de personas de alto cociente intelectual fundada en 1946 a la que he querido pertenecer desde que supe de su existencia. Aunque como todos sabemos querer no es poder, y ser miembro de una asociación cuya condición sine qua non es tener un CI superior al del 98 % de la población, parecía estar totalmente fuera de mi alcance.

 

Obviamente si ahora digo «parecía» es porque a día de hoy este sueño es ya, toda una realidad.

 

– ¡Guau! ¿Y que se siente tras alcanzar tan ansiado botín?
– Pues francamente nada, al menos nada especial.

 

De modo que lejos de entrar a comentar lo que ha supuesto para mí confirmar que soy a todos los efectos uno de esos seres humanos a los que muchos llaman «superdotados», querría hablar de lo que supone cumplir un sueño, porque en mi caso la falta de entusiasmo al incorporarme por fin a una Asociación a la que siempre he admirado, no tiene nada que ver con el hecho de que ésta sea o no finalmente una experiencia enriquecedora, ni con haberla idealizado como la adolescente que se enamora hasta las trancas del guapo del barrio.

 

No. No es por eso.

 

Es porque muchos sueños e ilusiones nacen del ego o de la necesidad de sanar profundas heridas y, cuando se alcanzan, no producen más placer que el de saltarte la dieta comiéndote una porción de chocolate, sin obviar que a veces al hacerlo también sientes una miajilla de culpa.

 

En cualquier caso no seré yo quien diga que hacer esto está mal, porque uno se merece disfrutar de las mieles de la batalla ganada y además, no nos engañemos, el ego tiene su lugar en el mundo y si se puede hay que tenerlo contento.

 

La cuestión es que si el alcanzar este sueño no ha cambiado nada, no te hace sentir diferente, es por algo. Y creo que para que las realidades se hagan grandes con los sueños, éstos tienen que nacer desde bien adentro.

 

Pongamos un ejemplo,

 

 – ¿Quién no ha soñado alguna vez con que le toque la lotería?

 

– Yo misma, miles de veces.

 

E incluso imagino qué es lo que haría con el dinero. Pagaría deudas, reformaría la casa, estudiaría idiomas, viajaría… En otras palabras: pagar, gastar y ahorrar.

 

No obstante ronda por ahí una leyenda urbana que cuenta que la mayoría de los premiados por la lotería acaban cinco años después mucho más pobres que antes. Y entiendo que es posible que así sea puesto que el dinero, en este caso, es tan sólo un medio para alcanzar nuestros sueños, pero sueños que normalmente relacionamos con el «tener» más que con el «ser», y cuando los conseguimos igual al final las cosas no salen como esperábamos.

 

Dicho esto…

 

No me arrepiento para nada de haberle dado un poco de jabón a mi ego. Prefiero haberlo intentado a asumir que era misión imposible, porque la satisfacción que sí perdura en mí no viene del hecho de beberme ahora el té en una taza con el logo de un cerebro un tanto singular, sino de la valentía que he demostrado al seguir mis instintos, al hecho de hacer caso a mi intuición y confiar sobre todo en que, pasara lo que pasara y fuera cual fuera el resultado, merecía la pena intentarlo.

 

Así que puntualizo de nuevo la importancia que tiene la identificación de los adultos de Altas Capacidades porque en realidad, si lo pensamos bien, no tenemos mayor enemigo que a nosotros mismos.

 

Ser superdotado no es ser alguien especial ni superior a la mayoría, nada más lejos de la realidad. Ser superdotado es estar y vivir en el mundo de una manera diferente. Como ya dije en otro post, es como ponerse unas gafas a través de las cuales ves el mundo desde otra perspectiva.

 

Y es esta mirada diferente la que en ocasiones -que no siempre- causa soledad y aislamiento, cuando no frustración por el esfuerzo que supone fingir ser quien no eres, o tratar de cambiar para ser quien crees que deberías ser.

 

Y de nuevo estos «deberías» se convierten en sueños vacíos, en metas sin sentido que al alcanzarlas no te aportan ni la felicidad ni la serenidad que buscabas. Porque la serenidad que buscas, la satisfacción que anhelas, vendrá de conocerte a tí mismo y de aceptarte con tus defectos y tus virtudes, y para ello tendrás que cambiar los «deberías» por los «quiero», y pronunciar estos últimos desde bien adentro.

 

Por lo tanto, si de verdad quieres aprender inglés, perder diez kilos o escribir un libro, ¡Adelante!. Pero reflexiona bien si es de verdad lo que quieres hacer, o lo que crees que deberías hacer. En el primer caso estarás dispuesto a soportar el sacrificio que todo objetivo y toda meta llevan consigo. En el segundo, aunque también lo hagas, es posible que al final simplemente no sientas nada.