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San Valentín está a la vuelta de la esquina, el amor está en el aire y escuchar un te quiero o un te amo es lo que se lleva estos días.

 

 

Decir te quiero es una maravilla.

 

 

¡Que sí! Que estas cosas hay que sacarlas de dentro, y pronunciar estas palabras cuando las sientes desde lo más hondo es una dosis de «love» elevado a la enésima potencia.

 

Pero no a todos les va el romanticismo.

 

 

Para algunas personas el simple hecho de pronunciar estas dos palabritas les provoca urticaria. Y no es que no las sientan, seguramente sí, sólo que la comunicacion verbal no es lo suyo.

 

Para otras decirlo es casi como una necesidad, porque si las dejan dentro les queman. Las sueltan en cuanto tienen ocasión, como si así cobraran más sentido.

 

Y hay quienes las dicen sólo en las grandes ocasiones, cuando los sentidos explotan y se siente de nuevo ese amor de película.

 

 

El tiempo también tiene mucho que decir.

 

 

En relaciones recien estrenadas un te quiero por estas fechas es fácil que se dé. Se espera, se dice y se escucha. Es lo que toca y es lo que el corazón manda.

 

Sin embargo, cuando compartes tu vida con alguien desde hace años pensamos que ya no son necesarias, que nuestros sentimientos son evidentes y que con seguir juntos después de tanto tiempo es más que suficiente.

 

Quizás lo sea. Quizás no.

 

Pero si convives con un alérgico a las palabras y lo vuestro ya se cuenta por décadas no desesperes.

 

 

Un te quiero también se puede decir sin ser pronunciado.

 

 

Desvelarte durante la noche, mirarle y comprobar cómo con un solo toque tuyo se gira y te abraza de forma protectora mientras sigue soñando con los angelitos…. eso es un te quiero.

 

Coger el coche, poner la radio y que se conecte un pen drive con Nino Bravo, Luis Miguel y Pablo Alborán cuando tú no recuerdas ni siquiera cuál es su música preferida… eso es un te quiero.

 

Sentarte a la mesa cada noche a disfrutar de la cena que ha preparado para los cuatro después de venir de trabajar sus buenas horas… eso es un te quiero.

 

Llamarte un par de veces al día desde el trabajo simplemente para saber cómo te va… eso también es un te quiero.

 

Llegar a casa un viernes después del trabajo y que te pida que te arregles porque ha buscado niñeros y salís a cenar a tu restaurante favorito… eso sin duda es un te quiero.

 

Y mirarse cada mañana con cariño, recién levantados de la cama, con los pelos alborotados y el sueño todavía pegado a los ojos… eso sí que es un te quiero.

 

 

Así que sí, es bueno decirlo, nos encanta oírlo, pero no siempre hacen falta las palabras.

 

 

El amor se cuece en el día a día, y aunque la mayoría de las películas románticas no lo muestren porque acaban en el juntos para siempre sin decir lo que pasa al día siguiente, el amor continúa.

 

Ya, por supuesto que la rutina hace mella en las relaciones, y no digamos los hijos que aportan lo inimaginable pero también agotan física y mentalmente y hacen que uno no esté para San Valentines varios.

 

El estrés, el trabajo, las preocupaciones y la falta de tiempo erosionan las relaciones al igual que el agua lentamente da forma a una roca, pero no es malo, algunas salen fortalecidas y la que aguanta, la que no se resquebraja, dura eternamente.

 

El amor de película es intenso, loco y apasionado.

 

El amor de verdad, el de cada día, es sencillo, paciente, calmado y agradecido.

 

Así que no te preocupes si este catorce de febrero no escuchas un te quiero, si no recibes un bonito regalo o si ni siquiera se acuerda del día que es.

 

Piensa detenidamente en esos pequeños detalles, y siente cómo después de tanto tiempo la certeza de que eres tú quien ocupa su corazón, llena el tuyo.

 

 

Regálame un te quiero para San Valentín, y para después también…