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Desde que el mundo es mundo

Desde que el mundo es mundo los seres humanos juegan una partida de ajedrez que nunca acaba. No sabemos en qué parte del tablero estamos pero no importa, la mayoría de nosotros tan sólo representamos el papel de meros peones que se mueven al son del Rey que toca.

Y es que en momentos como estos, cuando la guerra de Rusia frente a Ucrania lo arrasa absolutamente todo, cabe preguntarse por qué. Por qué desde que el mundo es mundo los hombres han luchado entre sí, por qué ese ansia de conquista, de poder y de destrucción.

¿Acaso está en nuestro ADN? ¿Nacemos ya con un defecto de fabrica que hará que tarde o temprano seamos capaces de la mayor de las atrocidades? ¿O hemos ido evolucionando hasta llegar aquí?

El planeta Tierra tiene aproximadamente unos 4.543 millones de años y se estima que la vida en él apareció hará unos 3.800. Si el Homo Sapiens -al que reconocemos hoy como el origen de nuestra especie– habita este planeta desde hace tan sólo 300.000 años, ¿Fue entonces cuando empezó todo?

Un equipo de científicos españoles publicó un estudio en la revista Nature que reveló que la violencia interpersonal letal, es decir, la que se da entre individuos, es una característica heredada de los primates, por lo que en nuestro ancestro era innata y por tanto también lo es en el hombre moderno. Sin embargo, en palabras del humanista Jesús Martín Ramírez independientemente de esta herencia, «el ser humano no es violento por naturaleza, ya que el cerebro no lo es, y por tanto todas las conductas son moldeables».

Por el contrario la violencia colectiva, un tipo de violencia mucho más encaminada a la dominación y al logro de un determinado objetivo, es un comportamiento que hemos ido adquiriendo como sociedad, iniciándose hace aproximadamente 10.000 años con el desarrollo de una economía productiva que transformó de forma radical a las sociedades de entonces. Dicho de otro modo, hemos aprendido a hacer la guerra.

La guerra

Nadie duda de que las guerras surgen por determinados intereses, normalmente de carácter económico, aunque también los hay políticos, culturales, religiosos… Sin embargo, independientemente de que la causa sea una u otra, si hemos aprendido a hacer la guerra, ¿Por qué no hemos aprendido a hacer la paz?, ¿Por qué el ser humano ha tendido con el tiempo, y pese al desarrollo notorio de su inteligencia, hacia una mayor violencia en lugar de hacia lo contrario?. ¿Nos alejamos de nuestra verdadera esencia o volvemos a nuestro origen primate?.

E independientemente de todo esto hay una tendencia social que merece una seria reflexión, y es la supervivencia del liderazgo dictatorial que todavía reina en muchos países y que en otros va en aumento. Cabría preguntarse por qué un sólo individuo es capaz de liderar y manipular a millones de personas logrando que éstas hagan todo cuanto considere necesario para alcanzar sus propios fines.

Si pensamos en Hitler, ¿Qué pudo llevar al pueblo alemán a aclamarle, secundar y participar en un genocidio de tales dimensiones? ¿Qué pensaban cada uno de sus individuos cuando empuñaban un arma o abrían las puertas de los campos de concentración? ¿Acaso en aquellos instantes ya no había humanidad en ellos? ¿Sus mentes estaban tan imbuidas en la causa que el fin justificaba los medios? ¿O era puro instinto de supervivencia?.

Mientras que algunos historiadores se escudan en las indudables capacidades de seducción de Hitler otros apuntan a que la causa radica en el propio pueblo, en la sociedad en sí misma, cuya precaria situación económica tras la Primera Guerra Mundial estaba deseando encontrar un líder que les ayudara a salir de ella. De nuevo intereses económicos. Aunque lo lamentable es que en la actualidad la historia se repite. Son otros los lideres y otros los países, pero la partida continúa.

¿Y qué hacer si ya estás en el tablero?

Salirse del mismo. No queda otra. Porque salvo que peones, caballos, torres y alfiles de ambos bandos se pongan de acuerdo en deponer las armas, la lucha seguirá su curso, orquestada por reinas y reyes que los utilizan como lo que son, meros instrumentos.

Así que si cada uno de nosotros actuamos en consecuencia es probable que como ha sucedido con otras costumbres, estas luchas encarnizadas dejen de existir, porque no hay nada que mate más una causa que la propia indiferencia. Sin nadie que participe en el juego la partida se acaba, y al igual que hemos aprendido a hacer la guerra aprenderemos a hacer la paz, a convivir entre nosotros como lo que realmente somos, seres humanos capaces de dar lo mejor de sí mismos.

Al fin y al cabo ya lo dijo Ghandi.

Sé tu el cambio que quieres ver en el mundo.

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