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Dejar el trabajo para ser madre no es una decisión fácil, ni apta para todos los públicos lamentablemente.

 

 

Por supuesto que puedes ser madre y trabajar a la vez. Yo lo llevo haciendo nueve años. Pero no es fácil, como tus horarios de trabajo sean un poco complicados -turnos, turno partido, horarios de oficina…- vas a necesitar mucha ayuda y un buen curso de logística.

 

 

Esta decisión normalmente se toma al principio, durante el embarazo. Deseas ocuparte de tus hijos al 100% y si puedes – que no siempre es así- dejas el trabajo un tiempo para ser madre.

 

 

Sin embargo, si no lo haces y después de la necesaria baja maternal vuelves al trabajo, aunque ya estés acostumbrada a hacer malabares con tu tiempo este tema te andará rondando la cabeza siempre.

 

 

Acude a tí cuando te embarga el sentimiento de culpa, sobre todo si tus hijos demandan ciertas cosas que mientras estas trabajando no puedes darles: más atención, un seguimiento más activo y constante de su educación, extraescolares de otra calidad que se impartan en localidades distintas a la tuya… e incluso un cambio a un colegio que pueda cubrir en mejor medida sus necesidades educativas pero que lamentablemente no está en frente de tu casa.

 

 

Cuando pasan los años y ves estas cosas, se coloca en tu mente este Pepito Grillo que empieza a insistirte para que al menos le des unas mil vueltas más al tema.

 

– Deja el trabajo para ser una buena madre – te dice. Y ya estás otra vez ahí luchando con la culpa.

 

 

Sí, la culpa, la gran culpa.

 

 

Te sientes culpable porque no puedes llevar a tus hijos al colegio, ni recogerlos, ni comer con ellos a diario, ni acompañarlos a inglés o a música… así que sí, consideras que no estás a la altura como madre, al tiempo que sobrevives en este mercado laboral tan competitivo.

 

 

–  Déjalo -te dice de nuevo tu Pepito Grillo.

 

 

Otra vez ahí. ¡Qué decisión!

 

 

Evalúas la situación. Tienes casos cercanos donde comparar. Alguna de tus amigas decidió dejar su trabajo para ser madre, alguna otra por desgracia se vio abocada a ello cuando casualmente prescindieron de sus servicios en su empresa poco después de serlo, pero te fijas en aquella que tomó la decisión libremente.

 

Habláis. Insiste en que está encantada. No se arrepiente. Comenta que lo que disfruta con sus hijos día a día le quedará para siempre, a ella y a ellos. Te preguntas:

– ¿Sus hijos son más felices?

– ¿Los míos lo son lo suficiente?

 

 

No nos engañemos. Si tus hijos tuvieran una enfermedad grave que te obligara a atenderlos constantemente lo harías. Sin duda dejarías el trabajo para cuidarlos y ser madre a jornada completa. Pero si sus necesidades no son físicas, aunque las tengan educativas e incluso emocionales, lo piensas, y mucho.

 

 

Porque no es cuestión de coger unos meses, no. Sabes que serían años. Y es imposible saber qué harás con tu vida después porque si lo dejas, y lo haces ahora, será un adiós definitivo al mundo laboral que conoces, y te resistes a ello con todas tus fuerzas.

 

 

¿Quién contratará luego a una madre cincuentona?

 

 

Así que la mayoría optamos por seguir trabajando. Yo lo he hecho.

 

 

Pero no es por miedo a no poder reincorporarme luego al mercado laboral, que también. No es por el dinero, aunque me escude en esta manida excusa porque un sueldo más viene bien y ayuda con los gastos.

 

Nada de eso. Simplemente quiero ser una buena madre pero no quiero ser únicamente eso.

 

 

Necesito mi individualidad, mi espacio, mi reconocimiento laboral e incluso los problemas que el trabajo acarrea.

 

 

 

Y si, lo reconozco… necesito irme de casa «a trabajar»…