Camino de Santiago 2017

 

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El año pasado ¡Por fin!, mi marido logró convencerme para hacer con él El Camino de Santiago, concretamente el camino francés cuya Primera Etapa comienza en Saint Jean Pied de Port, aunque nosotros lo iniciamos en Roncesvalles, la que es oficialmente la Etapa 2.

 

He dicho «¡Por fin!» porque calculo que el pobre habrá estado más de quince años comentándome el tema y yo, que no me sentía en absoluto atraída por ello, no le había hecho el más mínimo caso.

 

– ¿Yo?, ¿utilizar mis más que merecidas vacaciones para irme a andar? ¿Estás loco?

 

Pobre…

 

 

Con el nacimiento de nuestra hija aparcamos el tema un tiempo. Las vacaciones si las había, estaba claro que iban a ser con un destino muy próximo a nuestro domicilio. Padres primerizos, ya se sabe. Estábamos llenos de miedos y preocupaciones por si le pasaba algo a la peque y teníamos que salir corriendo así que veranear, lo que se dice veranear, lo hicimos a un máximo de 3h o 4h de coche.

 

Con el nacimiento del segundo ya nos empezamos a tomar las cosas de otra manera y como ya llevábamos un tiempo abusando de la disponibilidad de los yayos, la idea comenzó de nuevo a planear sobre nuestras cabezas.

 

 

Y el año pasado, definitivamente, tomó forma.

 

 

No lo voy a negar, no es que a esas alturas me hubiera imbuido del espíritu de un peregrino, ni que estuviera deseando hacer El Camino de Santiago para encontrarme conmigo misma. Es que deseaba tanto irme con él “a solas” unos días, que si para ello me tenía que llenar los pies de ampollas y cargar con una mochila de seis u ocho kilos a la espalda, estaba dispuesta a eso y a mucho más.

 

También necesitaba distancia. Distancia del trabajo, de los peques, de mi propia casa. Y proximidad. Proximidad con él y conmigo misma.

 

 

Así que acepté su propuesta sin tener la más mínima idea de dónde me metía.

 

 

Añado a esto que para nada nos planteamos hacer todo el Camino de Santiago todo seguido. No teníamos disponibilidad para cogernos casi un mes completo de vacaciones y, aunque la hubiéramos tenido, no iba a estar tanto tiempo sin ver a mis peques. Y no, tampoco pensé en llevarlos conmigo.

 

 

Al final nos organizamos para coger las vacaciones de siempre y durante las mismas, aparcarlos con los yayos unos días y hacernos nosotros dos solos tres etapitas.

 

Y Justamente eso es lo que hicimos. Tres etapitas.

 

 

Año 2017:

Día 1. Roncesvalles – Zubiri. 21,40 km. Dificultad 3/5

Día 2: Zubiri – Pamplona. 20,40 km. Dificultad 1/5.

Día 3: Pamplona – Puente La Reina. 23,90 km. Dificultad 2/5.

Datos obtenidos de www.pilgrim.es.

 

 

Aquí en el papel parece sencillo pero con mis antecedentes: mujer, 44 años, con un peso inadecuado –por decir finamente que me sobran unas cuantas decenas de kilos- y sin preparación alguna –porque no ando ni para ir a comprar el pan-, pues la verdad es que era todo un reto. Ya sé que tengo un entrenador personal y que voy dos o tres veces por semana desde hace tiempo, pero nada que ver con esto.

 

 

Bueno, que me pierdo. Os cuento…

Camino de Santiago 2017. Día 1.  Roncesvalles – Zubiri

 

 

La salida de Roncesvalles fue muy emotiva. Yo no conocía nada así que todo fue nuevo para mí. La primera andaba se hace por una preciosa senda de tierra que se adentra en el Bosque de Sorginaritzaga, también conocido por el Robledal de Brujas, donde el Basajaun realizaba sus rituales según la leyenda.

 

Te cautiva, no puedo decir más. Con todo lo que yo hablo, que es mucho… -ya he comentado alguna vez que soy una cansina  de cuidado- me quedé en el más absoluto silencio.

 

Recuerdo sumergirme con mi mochila y mis botas –error, recién compradas- en la magia de aquel robledal.

 

Fue realmente auténtico, con todas las letras, ¡AU-TÉN-TI-CO!.

 

Tras unas cuantas horas de caminata y alguna paradita para picotear, llegué a Zubiri dolorida, muerta de cansancio y con los pies como si me los estuvieran pinchando con miles de alfileres a la vez. Cuando me acosté en la cama de la pequeña pensión que habíamos reservado para dormir, literalmente, me vine abajo.

 

¿Pero qué he hecho? Estoy loca… ¿Cómo pensaba que podría con algo así? Yo, que me hago la Javierada, que ando 40 km. en un día durante más de ocho horas, he subestimado El Camino. No es lo mismo. La Javierada te la haces sin peso, sin mochila, y más o menos en llano. Con esto no puedo. No puedo continuar, no puedo…

 

Pero ahí está la magia del camino. Pasas tumbado una media hora, te das una buena ducha, te calzas unas chanclas –que lo de las botas recién estrenadas no fue una gran idea- y te vas de pintxos por Zubiri donde casualmente eran fiestas. ¡Hasta un bingo nos hicimos!

 

Y se te olvida todo, el cuerpo se recupera casi sin darte cuenta y estás listo para la siguiente etapa.

Camino de Santiago 2017. Día 2. Zubiri – Pamplona

 

 

De esta etapa recuerdo con cariño cómo, poco después de salir de Zubiri, nos paramos en una pequeña abadía, The Paris Church of Santa Lucía rezaba el cartel, donde un tipo muy peculiar nos contó en inglés cómo la estaba restaurando con sus propias manos. A mí el inglés se me da fatal pero algo entendí, y disfruté del brillo de sus ojos cuando nos narraba emocionado cómo sintió “la llamada” y supo que su destino era restaurar aquella pequeña abadía.

 

Este es el tipo de cosas que para mí hacen especial El Camino.

 

Seguimos andando un tiempo y después hicimos un pequeño kit-kat en La Parada de Zuriain, un pequeño bar restaurante donde las gallinas te acompañan mientras esperan para picotear un pequeño trozo de tortilla de patata que se te caiga del almuerzo. Si, he dicho bien, las gallinas… no un perro ni un gato, GA-LLI-NAS.

 

Y continuamos andando para casi sin darnos cuenta, divisar ya a la lejanía la capital navarra. Pamplona.

 

Entramos por Villava y mira que habiendo estudiado yo unos cuantos años en Pamplona nunca me fijé en los carteles de color azul y amarillo que señalizaban El Camino de Santiago.

 

Se me hizo extraño recorrer con la mochila el Puente de La Magdalena. Ya lo conocía pero la sensación fue distinta, como de cierta “bienvenida”, una sensación que te acompaña también mientras callejeas por lo viejo hacia tu próximo hospedaje.

 

El cansancio ese día fue notablemente menor, quizás porque el peso de la mochila ya me era familiar o quizás porque realmente fue una etapa más corta. Así que salimos de nuevo de pintxos por lo viejo, nos tomamos algún que otro vino de más y nos fuimos a dormir plácidamente como niños.

Camino de Santiago 2017. Día 3. Pamplona-Puente de la Reina.

 

 

Esta etapa la recuerdo con especial cariño. Recuerdo cruzar Pamplona recorriendo sus calles como nunca lo había hecho, con una mochila a la espalda y con la invisible pegatina de “peregrino” pegada en la frente.

 

Pese a haber vivido cuatro años en esta ciudad, la ví con otros ojos.

 

No sé ni cuándo ni cómo al poco tiempo de salir de Pamplona me vi caminando por los campos de cereal, y casi de inmediato subiendo por una cuesta muy empinada que, cual fue mi sorpresa, daba a parar a lo Alto del Perdón, donde la emblemática escultura de Vicente Galbete nos recibió con cariño.

 

Me eché a llorar como una tonta. Simplemente no me lo esperaba.

 

Cuando subía la cuesta no me fijaba en lo alto porque con eso de respirar y tratar de no morir en el intento, no me daba para más. Ahora todas las fotos junto a la escultura las tengo con lágrimas en los ojos pero en aquel preciso instante recordé lo que era llorar de dicha, de orgullo y de reto superado.

 

A día de hoy este es mi recuerdo ancla, al que recurro cuando necesito conectar con estos sentimientos de nuevo.

 

La bajada de lo Alto del Perdón se me hizo muy dura, quizás porque realmente no me quería ir, quizás porque el agotamiento ya empezó a hacer mella.

 

Me dolían tanto los pies que buscaba pisar las piedras para que me hicieran un pequeño masaje en el empeine con cada paso y llegué a Puente la Reina totalmente exhausta. Con ganas de ducha, descanso y de interiorizar una experiencia que realmente es única.

 

 

¿Hicimos amigos en El Camino?

 

Pues no. La verdad es que eso es algo que me sorprende porque la mayor parte de la gente dice que ha conocido a tal o a cual, que se han pasado los teléfonos y que han forjado grandes amistades.

 

Nosotros no.

 

Aunque sí que recuerdo a una pareja de argentinos de más edad con la que nos paramos a tomar un breve café. Yo me hubiera quedado más tiempo charlando con ellos ya que me apasiona conocer de la vida de otras personas, sobre todo si son de extranjeras y ya están curtidos por la vida… pero mi marido, más sensato que yo, me instó a continuar porque si no, no íbamos a llegar a una hora prudencial a nuestro destino.

 

 

¿Reforzamos la comunicación entre la pareja?

 

Pues tampoco.

 

Cuando andas El Camino, lo hagas solo, en pareja o con amigos, al final te pierdes contigo mismo, y las palabras se tornan superfluas durante el trayecto.

 

Intercambias las necesarias y es sólo a la hora de descansar cuando vuelves a la normalidad.

 

Mi marido es poco hablador así que estaba en su salsa, y como su normalidad es articular en general pocas palabras, pues la comunicación tampoco fluyó en exceso.

 

 

¿Lo recomiendo?

 

Sin duda. AB-SO-LU-TA-MEN-TE  SÍ.

 

¡En pareja, solo, con amigos!. Pese a lo que me ha costado empezarlo, creo que es una experiencia que todos los que puedan deben hacer.

 

Te aporta paz, crecimiento personal, y te hace sentir increíblemente orgulloso de ti mismo.

 

No lo estoy sobrevalorando. Aquellos que lo han hecho, lo saben.

 

Los que no lo han hecho, si lo hacen, lo entenderán.

 

 

Y no me extiendo más porque en breve empezamos El Camino de Santiago 2018. Etapas , 5, 6 y 7. Puente la Reina – Logroño.

 

 

Ya os contaré.

Así que amigos, si os animáis, ya sabéis, Buen Camino.