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Es frecuente leer en medios de comunicación artículos sobre pequeños genios, niños y niñas que a su corta edad obtienen logros académicos inalcanzables incluso para los propios adultos. Sin duda, una excepción dentro de la excepcionalidad.

 

El caso es que este tipo de artículos demuestran que socialmente las Altas Capacidades se siguen viendo tan sólo bajo el prisma del cociente intelectual, ése número de poderes mágicos que puede convertirle a uno en el Harry Potter de la inteligencia.

 

Esta visión psicométrica de las Altas Capacidades, donde un CI inferior a 130 determina que eres un simple mortal y uno de 131 que eres un privilegiado intelectual, alcanza su éxtasis en aquellos cuyo cociente es «superior al de Einstein», lo que fomenta cada vez más un cliché sobre las Altas Capacidades que hace una flaco favor a quienes forman parte de ellas.

 

Basta con buscar en Google «Cociente Intelectual Einstein» para acceder de inmediato a numerosos artículos sobre niños y niñas de corta edad cuya principal virtud es la de tener un CI igual o superior al suyo, y lo malo es que muchos lectores se quedan únicamente con ese dato.

 

Con esto no quiero decir que no debamos compartir este tipo de artículos, de hecho es interesante leerlos y obtener cierta información, pero si sentimos el más mínimo interés por el tema no nos queda otra que navegar por las profundidades de este inmenso océano.

 

Estos casos son una minoría dentro de otra minoría no tan minoría como podamos imaginar, valga el trabalenguas.

 

Y considerando que somos 7.625 mil millones de habitantes en este planeta, que se estima que el 10 % de la población tiene Altas Capacidades, que en torno a un 2 % es superdotada y que tan sólo un 0,00002 % es superdotada profunda -el tipo de «genio» en el que pensamos cuando oímos hablar de Albert Einstein- sería interesante tomarse estos artículos con cierta perspectiva.

 

¿Y por qué? ¿Qué importancia tiene?

 

Tiene mucha. Muchísima, de hecho.

 

Identificar las Altas Capacidades exclusivamente con la genialidad intelectual elevada a la enésima potencia favorece dos cosas:

 

⇒ La primera: La no identificación de niños, niñas y adultos superdotados.

 

Si piensas que tener un hijo de Altas Capacidades es ver cómo con 2 años tu hijo compone una sinfonía, con 3 o 4 habla chino, alemán y mandarín y con 6 entiende de física cuántica, ni siquiera te vas a plantear que pase las pruebas si aprendió a leer por su cuenta o te pregunta por cosas impropias de su edad.

Y lo que es peor, si eres un adulto y tu idea de un superdotado es la de ser como Einstein, lo último que se te va a pasar por la cabeza es hacerte las pruebas, manteniendo una ignorancia sobre tí mismo que no va a ayudarte a convertirte en tu mejor versión.

 

⇒ La segunda: La no normalización de las Altas Capacidades.

 

Si la sociedad continúa relacionando las Altas Capacidades con una minoría, difícilmente entenderá la necesidad de su atención.

Es como esto de las enfermedades raras, que afectan a muy pocos y por tanto no obtienen los recursos y apoyos necesarios para su investigación.

 

Por tanto cuando leamos un titular sensacionalista sobre un niño que ha conseguido superar el CI de Einstein, pensemos que hay mucho más allá, que los superdotados no se definen exclusivamente por su CI y que probablemente si ése niño o esa niña está en los medios es porque por suerte está recibiendo la atención necesaria.

 

Lo lamentable de todo esto es que ante la falta de identificación y la potenciación de los falsos clichés, continuamos sin poner los medios adecuados para una atención temprana, a fin de ayudar a nuestros hijos a desarrollar todo su potencial.

 

Así que la próxima vez que leamos algo sobre pequeños genios, recordemos que es una excepción dentro de la propia excepcionalidad, que el conjunto es mucho más grande de lo que podamos imaginar y que quizás nuestros hijos, o incluso nosotros mismos, formemos parte de él.