Estamos literalmente abducidos por el móvil. Y yo, la primera.
Os cuento,
Ayer estuvimos en un evento familiar. Una de esas bonitas celebraciones que van acompañadas de un buen homenaje gastronómico -como a mí me gusta- y que se inician normalmente con una celebración eclesiástica, tal y como lo manda la tradición.
Lo que viene a ser boda, bautizo, comunión o confirmación ¡vaya!
Continúo,
Varios de los invitados, acabada la correspondiente misa y las fotos de rigor, nos dirigimos al restaurante con ganas de empezar a degustar la que iba a ser, sin duda, una suculenta comida. Y justo estábamos esperando en la puerta, de pie, charlando entre nosotros, cuando nos indicaron amablemente que podíamos hacerlo más cómodamente sentados en algunas butacas estilo chill out que habían dispuesto en una zona ajardinada.
Como la mayoría de nuestros huesos se sentían cansados -cuestiones de la edad y la vida sedentaria- echamos una carrera para coger sitio y la verdad es que mis pies cantaron el Aleluya cuando me senté a descansar, presos como estaban en unos bonitos estilettos Made in Spain con tacón de 12 centímetros. Cosas mías, que aunque lleve los pies gritando no me quito el tacón ni loca.
Pues bien, tras acomodarnos unos cuantos en esos comodísimos sillones de jardín, en cosa de dos minutos y calculo que de forma totalmente inconsciente, todos nosotros, ¡todos sin excepción! habíamos sacado el móvil y fijado nuestra atención exclusivamente en él.
Al cabo de un instante sentí la calidez del día y levanté la vista del email que estaba leyendo en ese momento. Miré a mi alrededor. Todo eran cabezas agachadas mirando la pantalla de su teléfono.
Terror.
¿En qué nos habíamos convertido?
Más terror.
¿En qué me había convertido yo?
Segundos antes de sentarnos hablábamos del tiempo, de las peluquerías, de los tatuajes, de las nuevas y viejas tradiciones y, en un abrir y cerrar de ojos, habíamos desconectado por completo del mundo real para dejarnos abducir por el virtual.
Triste. Muy triste.
Lo peor. Que la edad media superaba los treinta y cinco. No había excusa. No era sólo cosa de jóvenes.
No pude evitar mencionarlo en alto y uno de nosotros dijo orgulloso.
– ¡Yo no, yo no estaba viendo el móvil!
Otro añadió:
– ¡Yo sólo estaba enviando las fotos que he hecho!
Un tercero:
– Cosa del crio, ya sabes que no tienen paciencia para esperar y si le pongo el YouTube Kids al menos se entretiene.
No, simplemente no teníamos excusa posible. Y yo tampoco.
Realidad. Cruda realidad.
Menos mal que quizás tomamos conciencia del tema, aunque solo fuera por lo que restaba del día, y dejamos los móviles aparcados mientras disfrutamos de las delicias que nos sirvieron. Quizás también porque comer, lo que se dice comer bien, nos viene de familia y ante eso no hay móvil que pueda.
Así que,
Comimos. Charlamos.
Bebimos. Charlamos.
Y disfrutamos de nuestra mutua compañía tanto, que se me pasó hasta hacer fotos con el móvil para inmortalizar el día.
Aun así andaba yo pensando hoy en una costumbre que hemos cogido los últimos días en casa que me chirría. Y es la de ver la televisión y el móvil a la vez.
Peor. No puede ser peor.
Y sí, me refiero a nosotros dos, a mi marido y a mí porque a los críos aun los atamos corto con esto.
Por algún motivo no nos parece suficiente abstraernos con la televisión que lo hacemos también, a la vez que la vemos, con el móvil.
En fin. Hoy para redimirnos hemos cenado con televisión y móvil apagados. Y ha sido bonito. Como cuando nosotros éramos críos y la tecnología no había invadido nuestras vidas. Hemos comentando el día con los peques y hemos estado atentos los unos de los otros.
Ojalá logremos incorporar esto en nuestro día a día porque hoy he disfrutado mucho de mi pequeña gran familia.